AHORA LOS ESCLAVOS, de ANTONIO CÉSAR MORÓN

Reseña publicada en ZOOM Melilla, nº 19, 2014


Ahora y siempre los esclavos. Sería redundante afirmar que los artificios y subterfugios del Poder cohesionan la producción dramática de Antonio César Morón. Clausurada ya la etapa –perdonen el adocenado y tosco didactismo literario- de dramaturgia cuántica con Estado antimateria. Pentarquía de dramaturgia cuántica (Consejería de Educación/GEEPP Ediciones, 2011), tras la exposición teórica (Dramaturgia cuántica, Dauro, Granada, 2009) y la evidencia práctica (El metal y la carne, Consejería de Educación/GEEPP Ediciones, 2010), y después del magistral experimentalismo grotesco (Retórica del sueño de poder) y del coqueteo quíntuple con la univocidad vocal (Monólogos con maniquí, Dauro, Granada, 2012), la trilogía Ahora los esclavos (Fundamentos, Madrid, 2013) es la demostración de la dramatúrgica madurez de Antonio César Morón, de ahí la insistencia de cada una de las obras en la urgencia y la necesidad de avanzar. Aunque se fracase en el intento. Estos avances, progresos o evoluciones, que erradicarían en el individuo el agravio y el desdoro de la condición de esclavo (académico-laboral, económico-social y psicológico-moral), conforman un modelo en cada una de las obras de Ahora los esclavos: el medrar en Universidad Bicéfala. Comedia grotesca en cinco cuadros, el prosperar en Balanza de los instintos. Tragedia en cinco cuadros y el sublimar en Anatomía del ego. Deuda de amor en tres cuadros.  Madurez, insisto, que, a la manera de un Jano bifronte, atisba el futuro sin tener que desprenderse por completo del pasado, lo que convierte a estas obras en tres precisos apresamientos del presente. Hallazgo de la inmanencia de lo inminente de ese contundente ahora.

Y, no obstante, el siempre. La autorreferencia y la metaescritura así lo avalan, otorgando sentido a la par que veteranía al edificio simbólico de unas constantes que resultan familiares. Así, asistimos al tránsito de lo grotesco reaccionario de las comedias de Retórica del sueño de poder –a mi parecer, el libro más perfecto y logrado del autor, trilogía en la que nos encontramos por vez primera la tematización caricaturesca del universo universitario, Índice de siluetas-, donde lo grotesco operaba como mecanismo de evidencia-denuncia, a lo grotesco sublime, que ofrece en esta ocasión un marco de análisis-reflexión en su doble faz jocosa (Universidad Bicéfala. Comedia grotesca en cinco cuadros) y trágica (Balanza de los instintos. Tragedia en cinco cuadros). Universidad Bicéfala implica el retrato  grotesco y casi goliárdico del linaje universitario, un linaje mezquino, endogámico y lejano de la benigna y áurea mediocritas, panteón olímpico de fútiles dioses, salvaguardados por su propia hampa marcial; una estirpe que impide la crítica prometeica y la selección de los (héroes) mejores, representadas por Villenio, como tampoco permite que se alce, entre las dos clases feudales (“los de sangre azul y los perros”), esa clase intermedia, “los lamelíquenes”, a la que pertenecen Petronilo y Rabo de Cardo, que tanto recuerdan a los celestinescos Pármeno y Sempronio. Tan reemplazables también, pese a sus conatos transgresores. Asimismo, no hay cabida para heroicidades en la tragedia de la extorsión inmigratoria e inmobiliaria de Balanza de los instintos, para un Canjilón-Héctor cuya conversación con La Lunfarda en la primera escena –en especial, su mención suicida- trae a la memoria al matrimonio esperpéntico por excelencia que forman Max Estrella y Madamme Collet. No. Nada de héroes. No ahora, si se preludia un particular ludibrio mortis en el gusano que corroe a Presa Ibérica, si los edificios-cuerpos son sepulcros y si la Fortuna (o el oportunismo) no es portadora de ninguna cornucopia, sino que despide un “olor extraño, entre putrefacto y nervioso.” Sin embargo, es preciso avanzar. Incluso hacia ajenas dimensiones de nuestra mente, como ocurre en la exquisita Anatomía del ego, cuyo subtítulo ya nos emplaza en uno de los referentes más patentes, el diálogo platónico Banquete o Del Amor, si dejamos a un lado la psicología transpersonal (un avanzar más allá del self). Sus seis personajes también intentan, a partir de esa deuda o carencia del pigmaliónico escultor Virgo, (re)significar el Eros, de manera que el amor es sometido a toda clase de dialécticas (incluyentes y excluyentes), vinculado al conocimiento y a la enfermedad, proyectado como perpetuación de la belleza a través de la creación artística o excoriado mediante la irresoluta lid entre razón y magia.

Morón ha manifestado en más de una ocasión su rechazo al ramplón y arbitrario manejo de personajes tipo, a pesar de que su producción dramática está habitada por unos arquetipos que considero claves para comprender sus textos. La personificación y/o representación de la Vejez, sustentada esta vez por Canjilón en Balanza de los instintos, se despliega en Morón a través del Anciano Sabio en El Pendejo Electromagnético (Monólogos con maniquí) y de la Vieja Grotesca (Índice de siluetas), incluso hallamos la mezcla de ambos en el personaje de Fanfensi Tilín de Academia (Retórica del sueño de poder). El arquetipo del Artista queda sometido ahora a la tensión escénica creada mediante la radical ocultación (el novelista Villenio de Universidad Bicéfala) y la desmesurada exposición (el escultor Virgo de Anatomía del Ego. Deuda de amor en tres cuadros), pero el Artista transitó anteriormente en Renacimiento y Lady Pichica (ambas de Estado antimateria. Pentarquía de dramaturgia cuántica), en tonos grave y paródico, respectivamente. Asimismo, lo Femenino deviene en arquetipo omnipresente desde sus tragedias cuánticas, El metal y la carne, y responde a tal heterogeneidad y multiplicidad que tendríamos que recurrir a cientos de páginas para tratar todas y cada una de las aristas del funcionamiento de lo Femenino en Morón. Verbigracia, la Madre (cuya máxima elaboración la encontramos en el monólogo Herencia de la desidia) puede mostrarse ahora ctónica y titánidemente monstruosa como Marica de la Espingarda, especie de Gea o Gaya de la igualmente monstruosa e híbrida Universidad Bicéfala, o bien ausentarse con rotundidad y con fatídicas consecuencias para la psique de esa Electra subvertida que se me antoja el personaje de Presa Ibérica de Balanza de los instintos. No olvidó Morón todo un clásico como es el arquetipo de la femme fatal en Lasciate ogni esperanza (Monólogos con maniquí) mixtura de varios motivos icónicos y literarios como la femme aux serpents, la Salomé de Wilde o la hembra venenosa. Asimismo, el Ánima junguiana se encarna en la Tesela de Anatomía del ego, en pieza(s) de un mosaico que revela claramente su deuda con la nostalgia o carencia aristofánica, definición platónica del amor como herida ontológica, pero de la traslación del Ánima positiva al Ánima negativa, del salto de la delgadez espiritual a la pesantez material, ya tuvimos noticia en el monólogo Amada azul, magnífica adopción del simbólico azul que los escritores finiseculares hurtaron a la flor de Novalis.



Es más, ahora, en este Ahora los esclavos que nos ofrenda Morón, nuevos paradigmas vertebran la trilogía. Obviamente, la muerte articula las tres obras, así como la presencia de unos valores que no solo se cuestionan, sino que se recelan de ellos, toda vez que han sido embrocados: la fidelidad, la confianza, la certeza. De ahí quizá esa comparecencia triple de lo ofídico, de la serpiente, y de la espacialidad selvática, adaptando así el clásico tópico virgiliano latet anguis in herba (“la serpiente se oculta entre la hierba”), advertencia para los confiados, ya que el peligro y el mal acechan incluso en lugares aparentemente afables. Así, a través de lo reptil y de la selva, se define a la Universidad Bicéfala; se percibe la amenaza en el gusano que alberga en su interior Presa Ibérica y el siniestro parque de Balanza de los Instintos y Virgo, en Anatomía del ego, quiere desprenderse de esa doble piel que es Tesela, a quien encontró en la selva urbana. Y, sin duda, la vista, la observación, los ojos, que, si anteriormente habían ocupado un rango central en sus obras, ahora se encuentran trenzando los tres escenarios por medio de la vigilancia y la ceguera. La vigilancia es omnipresente en ese Argos Panoptes que cree ser Petronilo en Universidad Bicéfala; una ceguera -primero narcisista, luego física- paradójicamente caracteriza a Virgo en Anatomía del Ego y ambas, ceguera y vigilancia se combinan con auténtico horror en Balanza de los instintos. Porque lo monstruoso se oculta en una selva universitaria, en un sobre misterioso o en una hermosa estatua, pero Antonio César Morón nos arroja una audaz y madura reflexión: lo monstruoso no debería impedir el avance de los esclavos ahora.