Antonio César Morón, Estado antimateria. Pentarquía de dramaturgia cuántica, Geepp Editorial/Consejería de Educación, Melilla, 2012. Presentación realizada en febrero de 2012.
Imagen tomada de El Telegrama de Melilla
Pentarquía,
“gobierno de cinco”, “gobierno de cinco poderes”.
¿Por qué cinco? ¿Por qué no una
trilogía, una tríada, un tripartito, a los que estamos tan habituados? No nos
resistimos a creer ver un significado más allá de lo meramente anecdótico o
azaroso. No, porque el número cinco
entraña una significación ubérrima, aunque escasamente visitada, en comparación
con sus parientes impares tres o siete. Todo número es un principio de
ordenación, una ley armónica del cosmos, como entendían los pitagóricos, y apelar
a alguno de ellos, en este caso al cinco, supone el requerimiento de un
arquetipo ancestral, preñado de múltiples caminos significativos. Más que una
simple unidad de medida, el número es arché,
principio[1],
pero en la Pentarquía de Antonio
César Morón será también un final, un testamento
cuántico. El atávico cinco. Ahí tenemos el pentagrama, nuestros sentidos,
nuestras cinco extremidades; los cinco libros de Moisés, los cinco guijarros de
David, las cinco llagas de Cristo; la estrella de la Cábala, las cinco columnas
de santidad en el Islam, los cinco elementos chinos, la quintaesencia buscada
por los alquimistas[2]. Para
Pitágoras, el cinco era el número perfecto para representar al
hombre-microcosmos, suma del femenino dos
y el masculino tres y, por tanto,
emblema de la conjunción y de la síntesis.
A tenor de lo expuesto, no es difícil comprender que Estado antimateria responde a estas
mismas coordenadas. Pentarquía de
Dramaturgia Cuántica, en primera instancia, no es sino 1) un compendio de
cinco obras dramáticas (Dámada, Renacimiento, Mariana Pineda, Lady Pichica
y La Tata Macha) que instruyen acerca
de la teoría y la técnica de la dramaturgia cuántica; pero, asimismo, se
presenta como 2) una síntesis –o un condensado[3],
si se prefiere- que constituye un quinto
estado de esa particular materia que es apertura y cierre ante el mundo de
la dramaturgia, que tan bien conoce Antonio César Morón; para lo cual se
establece 3) un speculum quíntuple
que arroja una quíntuple imagen del Poder, del Estado o de la Ley o, al menos,
de sus cinco gorgónicos[4]
rostros; aunque se trata de un espejo resquebrajado por 4) las grietas dicotómicas o dialécticas de las cinco obras: la Magia o el Sueño/la Medicina o
la Ciencia en Dámada; la Pintura o la
Creatividad/la Censura en Renacimiento;
el Mito/la Biografía –por no emplear el término Verdad- en Mariana Pineda; la Poesía o el Intelecto/el Capital en Lady Pichica y el Poder/el Poder[5]
en La Tata Macha, esta última, por
cierto, monólogo quíntuple de cinco voces o huellas;
finalmente y además, 5) la Pentarquía
de Antonio César Morón, pese a su voluntad aleccionadora y conclusiva con
respecto a la materia cuántica, exhala un último hálito de puro juego, más de sujeto-juguete (o marionetas) que de homo ludens
en manos del Poder: Dámada consta de
diez cuadros, número pitagóricamente perfecto; Renacimiento está formada por veinte; Mariana Pineda y Lady Pichica
muestran cinco cuadros cada una. Todos son múltiplos de cinco. Si sumamos todos
los cuadros señalados (10+20+5+5), el resultado nos da cuarenta, al que
añadimos uno por el monólogo final, obteniendo así un total de cuarenta y uno.
Y sumadas las cifras entre sí: cinco (41, 4+1=5). ¿Sería, pues, incongruente
imaginar que se está aquí aplicando cierta proporción
o número áureo como símbolo de la
reflexión profunda y de la obra completa?, ¿sería inadecuado creer que se está
aquí sugiriendo –que no prescribiendo- un número
fi (f) o tau (t)[6],
un canon secreto, escondido,
disimulado, en la Pentarquía
cuántica? No, no lo sería.
Cabe preguntarse si Estado antimateria es y será para la
estética cuántica como la De Divina
Proportione de Luca Paccioli, o como el ilustrado Hombre de Vitrubio de Leonardo da Vinci, si el canon cuántico que
Morón nos ofrece ahora se comporta en verdad como este número dorado que no se
puede definir ni comprender, como esta proporción áurea que no se somete a la
inteligibilidad ni a la racionalidad, siempre oculta y velada, como ese otro
orden no manifiesto ni palpable al que se apela siempre desde una perspectiva
cuántica.
Si bien el término pentarquía
es, sin duda, rotundamente unívoco, su uso, en cambio, nos obliga a establecer
una serie de matizaciones que pueden permitirnos una comprensión más amplia de
las pretensiones de Antonio César Morón en Estado
antimateria. En primera instancia, Pentarquía se inscribe en el marco de un
especial sistema de gobierno y/o de consulta en el juego de las relaciones
internacionales, entroncando así con nuevo objeto de interés para Morón que son
los Estados fallidos[7]
y cuyo máximo exponente se halla en La
Tata Macha. Porque la otra palabra clave para comprender este compendio, summa o tratactus cuántico es Estado,
un vocablo que engarza con la problemática foucaultiana[8]
del Poder, siempre presente en obra del granadino, y la kafkiana de la Ley o la
Autoridad. Un tratado que muestra las cinco máscaras del Estado. Pero el
vocablo pentarquía también nos lleva a
la historia de la Iglesia cristiana, ese organismo devorador, ese Ubu Roi[9]
del escenario espiritual, no porque la religión constituya un elemento nuclear
en la obra del dramaturgo, sino por el paralelismo que se desprende de un
especial sistema de relaciones y correspondencias basada en el número cinco que
nos da licencia para afirmar que su Pentarquía
es una obra rotunda y completamente viva y esférica en sí misma, a pesar de
constituir su testamento cuántico. Tradicionalmente, se entiende por pentarquía
el gobierno de los cinco patriarcas (Roma, Constantinopla, Alejandría,
Antioquia y Jerusalén)[10],
estrictamente en este orden, los cinco poderes de la Iglesia. Asimismo, la
pentarquía se explicaba no sólo a través de un orden biológico y corporal (los
sentidos y partes del cuerpo, Roma es cabeza de la Iglesia), sino que quedaba
perfectamente explicaba mediante un orden numérico (sucesión del 1 al 5)[11]
y un orden musical (melodía)[12].
Pues bien, en Estado
antimateria, encontramos la (omni)presencia incontestable de los cinco
sentidos, no distribuidos cada uno para cada obra, sino solapados y cruzados
como en una mixtura viscosa. La vista
es, desde luego, la predominante (ojos,
pupilas, miradas, observación, caleidoscopio, espejos) debido a la
importancia de la observación berkeleyana y del principio antrópico de los que hemos hablado ya en otras ocasiones;
el oído, por su parte, se articula no
sólo con los contrarios llanto y silencio, sino que se vuelca en el
núcleo de la música; el olfato suele ser una relación
bidireccional entre los personajes a través de la imagen grotesca del aliento y el sudor; en cuanto al gusto,
sobresaliente en Lady Pichica, viene
determinado por el elemento grotesco[13]
de lo digestivo y el tacto, si bien
impera en Renacimiento y en Mariana Pineda por mor del arte y la
artesanía de dos tipos de tejido, el lienzo y la bandera[14],
también confluye en Estado antimateria
con la desmembración corporal o la localización parcial.
Quisiera destacar una vez más la
presencia oblicua, trasversal, de Platón -y prácticamente de todo el cosmos
griego, como acabamos de comprobar- en la Pentarquía
de Antonio César Morón[15],
salvo que en esta ocasión se estructura de manera tan subterránea, tan
subyacente, tan abisal, que diríase que constituye uno de los auténticos
hipogeos de este pentarcato dramatúrgico-cuántico. Teniendo en cuenta que
Platón consideraba la historia como una enfermedad
degenerativa -tal vez en consonancia con la degradación de las edades del
hombre relatada por Hesíodo[16]-
y que la ciudad ateniense del siglo IV a.C. no era sino el anfiteatro de enfrentamientos entre plutócratas y demócratas, ya no
puede sorprendernos el hecho de que la obra que abre Estado antimateria sea Dámada,
con una enferma crónica como personaje nuclear, una madre rechazada por el
hijo, un hijo que conlleva implícitamente su cáncer; ni tampoco que las
problemáticas dualidad/identidad y ley moral/ley individual queden tan
magistralmente manifiestas al articular la lógica
antagonística de Lupasco[17]
con el enfrentamiento agonal[18]
entre las unidades dramatúrgico-cuánticas de Morón. La teoría platónica de los
Estados, condensada en la que se considera el cénit de su producción, la República, se sustentaba en un complejo
sistema de correspondencias y analogías cuyo punto de partida era la concepción
del Estado como un organismo vivo, similar al cuerpo humano, de modo que cada
parte del todo cumple una determinada función. En su República expuso la descripción de cinco tipos de gobierno, una
secuencia de meronimia[19]
en progresiva degradación: aristocracia[20],
timocracia[21],
oligarquía[22],
democracia[23] y
tiranía[24].
Cada una procede de la inmediatamente anterior por sus respectivos motores de
cambio o de tránsito: la desarmonía, la riqueza, el binomio revolución+libertad
y la anarquía, entendida esta última como libertad extrema. La conclusión
platónica deviene aplastante: el tirano tiene su origen en el pueblo mismo.
Es evidente que el modelo
tiránico campa a sus anchas en La Tata
Macha, pero como se ha dicho, no hay una correspondencia directa entre cada
forma de gobierno propuesta por Platón y cada una de las obras de la
Pentarquía. No es posible porque, al igual que ocurría con las temáticas en
conflicto, tales sistemas de gobierno aparecerán también regidos por el
principio de antagonismo y por el perspectivismo múltiple. Así, como si de un
prisma irregular se tratase, en Dámada
asistimos al roce entre una agónica aristocracia y una naciente timocracia; en Renacimiento, descubrimos un perturbador
umbral de timocracia, oligarquía, con vetas de tiranía; en Mariana Pineda, la simbólica libertad nos sitúa muy claramente
entre la oligarquía y la democracia; Lady
Pichica es el exponente perfecto de quienes aspiran a la aristocracia,
creen encontrarse en democracia, pero en verdad besarían los pies de la
plutocracia; y, es obvio, La Tata Macha,
una obra que termina con un rotundo “disparad”, nos descubre cómo una
democracia se ha convertido en tiranía, mientras desconocemos qué sistema le
sucederá. Saltos cuánticos de Estado en Estado para aterrizar siempre en el
mismo tiempo-lugar: la antimateria.
La cuántica que Morón está hoy abandonando. La paradoja
de Schrödinger, la incertidumbre de Heisenberg, la complementariedad de Bohr,
Lupasco, el condensado Bose-Einstein, la desintegración alfa… Son lugares
comunes para quienes estamos familiarizados con la obra del dramaturgo
granadino, así que no redundaremos en ellos.
Pero el mundo cuántico también se pliega y se despliega
en Estado antimateria a través del
nominalismo, corriente para la que el mundo ha sido construido o, al menos,
instaurado, por el lenguaje y, en consecuencia, toda la realidad sería entonces
lingüística; corriente, pues, que impregna la Pentarquía desde el nombre de determinados personajes hasta las
reivindicaciones identitarias de los mismos y, de nuevo, nos arroja sobre el
número cinco. La genialidad de Antonio César Morón reside precisamente en lo
que creemos retozo en los vocablos
químico-físicos a la hora de bautizar a sus personajes, dado que estos se
comportan como tales elementos químicos, cuyas valencias vendrán determinadas en gran medida por sus propiedades
(atributos y funciones), sus afinidades (atracción o repulsa, esto es, empatía
o antagonismo) y sus reacciones (comportamientos y acciones), y que aluden a
los estados más convencionales de la materia (sólido, líquido y gaseoso) y a
los más recientes (plasma[25]
y condensado Bose-Einstein[26]).
Así, por ejemplo, nos encontramos con personajes como Argón y Xenón (gaseosos),
Lupus Sal y Lástima Sucra (sólidos, por cristalinos), el Coro de Cadmios y el
Coro de Gammas, Zafiro Cucu y Papá Calipso y sucesivamente así…
Nos detendremos en el elemento
líquido, porque si bien no asoma a través de las figuras de ningún personaje
determinado, empapa toda la Pentarquía
y de una manera única, personalísima, yo diría incluso sagrada, allende lo
estrictamente cuántico, mediante las lágrimas.
Lo hemos ido reiterando en estas páginas: Estado
antimateria es el testamento cuántico de Antonio César Morón, una
despedida, una clausura, tal vez una elegía[27]
o un plantum, si me lo permiten, que
conducen, no obstante, al silencio locuaz
(“Habla, pues, y deja de seducir al dios del sueño, que un silencio mojado por
las lágrimas es lo mismo que un verbo estrujando el cerebro”, Renacimiento, cuadro I). Las lágrimas cuánticas son, como las
lágrimas cósmicas, “el tinte de la pena universal […] el agua-madre de la pena
humana”[28];
el agua de la fluidez y el discurrir perpetuo; a través de ellas participamos
de/en la materia; constituyen el soporte material de la muerte, aunque también
el del hundimiento en nuestro más profundo yo, en nuestra abisal consciencia[29].
Motivo ofeliano por excelencia, las lágrimas preludian el abandono de la
materia a sí misma[30],
porque forman parte de las aguas durmientes del sueño total[31],
de la muerte que en verdad será un resurgir a una vida nueva[32].
Es el agua el cosmos de la muerte[33],
sí, de la extinción material, de la lenta disolución, de la dispersión
aceptada, aunque sólo como paso previo a un nuevo estado de vida, al de la
fusión de todas las aristas de la materia. Espejo-lágrima de la muerte y de la
vida, de la materia y la antimateria[34],
del todo y la nada. Y del elemento
líquido se hace preciso dar el salto al elemento plástico. ¿Dónde está el
plasma? El plasma habría que buscarlo en el seno del sol, en la magia de la
aurora boreal, en las hermosas estrellas, en el fuego[35],
omnipresente en la Pentarquía, pero
primordial en la incineración de Lady Pichica, como si de unos papeles quemados
se tratase. Y en cuanto al quinto estado, el verdaderamente considerado
cuántico, resulta evidente en lo que en apariencia podría considerarse
intercambio de roles entre personajes, pero, en verdad, se trata de una superconductividad entre los mismos,
como si todos los personajes-átomos hubiesen alcanzado la misma fase o entidad.
Me explico, no consiste en que todos los personajes hallan sido reunidos o
solapados unos encima de lo otros en un mismo estadio cual torre o pilar de
libros, sino que literalmente están todos a la vez y al mismo tiempo en dicho
estadio, lo que denota la coincidencia y la transparencia en una especie de
punto cero.
La materia ofeliana citada más arriba me autoriza a
establecer un último apunte. Junto a la tragedia griega, Platón, Ovidio, Jarry,
Artaud, el Arcipreste de Hita, Manrique, Juan Ramón Jiménez[36],
Valle-Inclán, Lorca[37],
Beckett, Kafka, Borges, Poe, y otros tantos, la influencia shakespeariana en Estado antimateria es incontestable. Si
bien la dramaturgia del bardo atraviesa diagonalmente la dramaturgia de Antonio
César Morón, cabe destacar la influencia de la terrible y ambivalente Tito Andrónico (estrenada en 1594) en Renacimiento. Se ha señalado que hay algo
oscuramente arcaico[38],
desconcertantemente pagano y mitológicamente remoto en Tito Andrónico, dividida originalmente en cinco actos, como las
tragedias romanas, y es precisamente esta base sobre la que se edifica Renacimiento, con la salvedad de que el mayor
sacrificio humano, en la obra cuántica, se torna censura o que la pátina de la
antigua Roma ha sido sustituida por un –digamos- atemporal Quattrocento a lo
florentino. La compleja madeja intertextual es patente en la escena en que
Lavinia pasa con sus muñones las páginas del mito de Filomela[39]
en las Metamorfosis de Ovidio. Este
mito, igualmente, impregna las páginas de Estado
antimateria y articula una especial red entre el mutismo (silencio), la
mutilación (fragmentación corporal), las lágrimas y el secreto. Secreto y silencio, sin lugar a dudas, son los términos que más veces son
repetidos en la Pentarquía y
entroncan con los motivos simbólicos de la golondrina y el ruiseñor, tan
importantes en Shakespeare pero que, como acabamos de ver, pertenecen al mito
de las hermanas Procne y Filomela. Lo que nos conduce a la mutilación; cortar lenguas es la acción amenazante también más reiterada, vinculada
con la delación, la felonía y la traición. Mutilación, por tanto, de tipo vocal
–la desmembración en general atraviesa las cinco obras, en especial, la ruptura
de cráneos, la ceguera, la cojera- y, en consecuencia, envuelve a toda la
problemática del silencio y el secreto. La solución de Filomela fue tejer el
horrible crimen que sufrió (violación y mutilación), emplear un nuevo código,
el arte del hilado, siempre asociado al mundo femenino. Y en Estado antimateria, nos basta con
asomarnos a Dámada, Bambalia Estanca o Mariana Pineda para entender lo que
estamos exponiendo.
Y, no obstante, el personaje que
mejor ostenta el silencio es Liso Derniere. Éste será el código que adopte Liso
Derniere: la elipsis. El silencio.
Porque detrás de las palabras no queda más que silencio. Porque detrás de la
elegía fúnebre, no queda más que silencio. Porque detrás de las lenguas
cortadas, tan sólo queda silencio. Y porque un testamento, por muy cuántico que
sea, se pliega siempre sobre el silencio. Y en definitiva, una vez llegados
hasta aquí, se preguntarán: ¿ha sido desvelado acaso ese código secreto, ese
número phi, esa proporción áurea de la Pentarquía
de Antonio César Morón? Me disculparán, pero habrá de permanecer secreto, pues
yo no iré nunca más a delatarle y, entonces, ustedes tendrán que dispararme.
[1] H. Biedermann, Diccionario de símbolos, Paidós,
Barcelona, 1993, p. 327.
[2] U. Becker, Enciclopedia de los símbolos, Ediciones Robinbook, Barcelona, 2003,
p. 77.
[3] Nos referimos, claro está, al
Condensado Bose-Einstein (BEC), considerado como quinto estado de la materia
que se suma a los ya conocidos como sólido, líquido, gaseoso y plasmático.
Podría decirse que son “una especie de superátomos, es decir, de grupos de
átomos que se comportan como si fuesen uno”, R. Sheldrake, Una nueva ciencia de la vida, Kairós, Barcelona, 2011, p. 315.
Véase también M. Ferrero et al (dir.), Fundamentos
de física cuántica, Editorial Complutense, Madrid, 1996. Más adelante
volvemos a él.
[4] Gorgónico, de Gorgonas. Concretamente, de Medusa, la de mirada petrificante que perdió la cabeza en manos de Perseo. El estado
pétreo, las cabezas cercenadas y la cuestión óptica en las obras cuánticas de
Morón nos son ya más que familiares y regresan en Estado antimateria. Sólo por estos tres motivos me permito la
licencia del inexistente vocablo y el burdo sarcasmo mitológico.
[5] Ahora bien, al tratarse de una
dramaturgia cuántica, tales temáticas no son exclusivas de las obras citadas,
sino que penetran y se cruzan en las otras. Por exponer un caso, la Medicina (y
su variante la enfermedad) aparece igualmente en Renacimiento mediante el personaje Lupus Sal o en Mariana Pineda a través de Galénidas, cuyo nombre tanto debe a Galeno. A su
vez, la problemática del Poder (y el Estado) permeabiliza toda la Pentarquía
desde su título. La Educación, la Literatura (la Intertextualidad entendida
cuánticamente), el Lenguaje, la Bohemia, la Historia o la Memoria, son los
elementos nucleares que enhebran no sólo estas cinco obras sino toda la
producción dramática de Antonio César Morón.
[6] “En la literatura matemática
especializada, el símbolo común para la Proporción Áurea es la letra griega tau
(t; del griego tomh, to-me’, que significa “el
corte” o “la sección”). De todos modos, a principios del siglo XX, el
matemático estadounidense Mark Barr le dio a la proporción el número de phi (f), la primera letra griega del
nombre de Fidias, el gran escultor griego”, M. Livio, La proporción áurea,
Ariel, Madrid, 2006, p. 12. La historia de fi o phi parece remontarse a
Mesopotamia y Egipto, aunque tradicionalmente se señala a Euclides como el
primer conocedor de su existencia. Asimismo, se atribuye la autoría de la
sección áurea a Pitágoras y seguidores –en especial, su discípula y esposa
Teano- por ser su emblema el pentágono estrellado, pentalfa o pentagrama
místico. Seguirían en esta secuencia áurea Filius Bonacci, Luca Paccioli,
Leonardo da Vinci, Kepler, Ohm, Zeising así como numerosos artistas como Miguel
Ángel, de nuevo Leonardo, Rafael, Le Corbusier, Dalí, Maruja Mallo y Escher,
entre otros. El número en cuestión es 1,618033…, adquiere también forma de
espiral y puede encontrarse en los elementos de la naturaleza (flores, conchas)
o en partes de nuestro cuerpo.
[7] El término de Estado fallido es bastante laxo, cierto,
aunque “cabe distinguir diferentes estadios en el desmoronamiento de un Estado
que lleva a diferenciar Estados débiles, Estados en proceso de desmoronamiento
y Estados fallidos o colapsados que representarían la última etapa del proceso
de descomposición. Los Estados fallidos no constituyen un fenómeno nuevo, pero
desde el fin de la guerra fría están multiplicándose en número […] El colapso y
la descomposición interna del Estado tiene como ejemplos particularmente
significativos a Somalia, Liberia, Sierra Leona, Rwanda, Bosnia-Herzegovina
durante los primeros años de su independencia, la República Democrática del Congo,
Líbano durante la guerra civil de la década de los ochenta, Afganistán…”, C.
Ramón Chornet (ed.), Los retos
humanitarios del siglo XXI, Tirant Lo Blanch, Valencia, 2003, p. 174.
[8]Vid.
M. Foucault, Microfísica del poder, La Piqueta , Madrid, 1979; Enfermedad mental y personalidad,
Paidós, Barcelona, 1984; Saber y verdad,
La Piqueta ,
Madrid, 1991; Las redes del poder,
Almagesto, Buenos Aires, 1993; El orden
del discurso, Tusquets, Barcelona, 1994; De lenguaje y literatura, Paidós, Barcelona, 1996; Estrategias de poder. Obras esenciales II,
Paidós, Barcelona, 1999; Un diálogo sobre
el poder y otras conversaciones, Alianza, Madrid, 2001; Historia de la locura en la época clásica,
Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2004; Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión, Siglo XXI, Madrid, 2005; El nacimiento de la clínica. Arqueología de
la mirada médica, Siglo XXI, Madrid, 2007.
[9] Sería redundante remachar que la
genial obra de Alfred Jarry es una de nítidas influencias en la dramaturgia de
Antonio César Morón, en especial, en Renacimiento
y Lady Pichica. Además, de igual modo
que el choque brutal en Ubú Rey
procedía de la palabra inicial “Mierda”, en Renacimiento
lo es el reiterado “de con” y el homónimo “Renacimiento”, en Mariana Pineda “nació un uno de septiembre”
y en Lady Pichica, el último “File…
Data… Sleep.”
[10] Vid. K. Schatz, El primado
del Papa. Su historia desde los orígenes hasta nuestros días, Editorial Sal
Terrae, Cantabria, 1996, p. 81.
[11] Tanto la medida matemática como
la música (Claro de Luna) están contempladas en Estado antimateria.
[12] Así queda expuesto en las cartas
enviadas entre el patriarca Juan X Camateros y el papa Inocencio III. Escribe
Camateros: “Nadie puede pensar que una Iglesia está sometida a otra, ya que es
como el caso de uno que escribe en orden sucesivo los números: escribirá con
orden poniendo primero el uno, después el dos, luego el tres y así
sucesivamente. Ahora bien, el número escrito en primer lugar por el amanuense y
pronunciado primero por el lector, no tendrá la pretensión de absorber los
otros números sólo porque en orden de sucesión ha sido escrito el primero: los
demás números tienen cada uno su valor sea tomados aisladamente, sea en
relación con los demás números. De este modo nosotros pensamos también respecto
a los grandes tronos […] Así ocurre también con una melodía musical, donde para
ejecutarla se usan diversas cuerdas; todas ellas juntas forman sonidos
armónicos y melódicos; las diversas notas se componen de sonidos altos, menos
altos, medios o con otras denominaciones. Ahora bien, nadie puede pensar que
una cuerda comprenda en sí las demás; cada una emana un sonido junto con las
demás y se acuerda con las otras en la armonía. Con la totalidad de notas se
compone una melodía que complace al oído con su hermoso ritmo. Igualmente
nosotros, que presidimos los grandes tronos patriarcales, somos tocados por el
plectro del Espíritu Santo y transmitimos a nuestros súbditos la melodía de la
salvación”, citado en Y. Spiteris, Eclesiología
ortodoxa, Editorial Secretariado Trinitario, Salamanca, 2004, pp. 253-254.
[13] Para lo grotesco, remitimos a
los clásicos W. Kayser, Lo grotesco. Su
configuración en la pintura y la literatura, Editorial Nova, Buenos Aires,
1964 y M. Bajtín, La cultura popular en
la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de François Rabelais,
Seix-Barral, Barcelona, 1974.
[14] El tacto fundacional de la
materialidad, pues, ¿qué significa si no el bordar un símbolo en la bandera? La
concreción material de una idea, la idea de la Libertad.
[15] También hablamos de Sócrates y
de Platón en Retórica del sueño de poder.
Comedias, Ciudad Autónoma de Melilla /Geepp Ediciones, Melilla, 2011, pero
es aquí cuando podemos ya afirmar abiertamente que lo que supuso para Platón la
dialéctica, para Morón lo será la dramaturgia cuántica.
[16] La simbología de las edades o
fases de la vida humana suele presentarse como un sistema cuaternario que o
bien se contrae en tres o se amplía a cinco. El número cuatro como modelo se
impone, pero sólo porque la muerte (es un tabú impronunciable) o la aniquilación
no se explicita, sino que queda subsumida en la vejez o fase previa a la
destrucción. No obstante, en Los Trabajos
y los Días, Hesíodo distingue cinco edades, de las cuales cuatro son
metales: edad de oro, edad de plata, edad de bronce, edad de los héroes y,
finalmente, edad de hierro, indiscutiblemente, la peor de todas ellas, en la
que el mal no domina del todo, sino que está mezclado con el bien y, en
consecuencia, sobrevienen la confusión y la ignorancia. En la involución del metal
más puro al más débil se advierte un fuerte sentido de decadencia entendida
como materialización progresiva. Para
estas cuestiones, aconsejamos la lectura de J. E. Cirlot, Diccionario de
símbolos, Siruela, Madrid, pp. 183-184; M. A. Corbera Lloveras (ed.), Poemas hesiódicos, Akal, Madrid, 1990;
J. M. Nieto Ibáñez, “El mito de las Edades: de Hesíodo a los Oráculos
sibilinos”, Faventia. Revista de
filología clásica, nº 14, 1992, pp. 19-32 y E. Rohde, Psique. La idea del alma y la inmortalidad entre los griegos, FCE,
México, 2006, p. 105-117.
[17] La materia, la materia psíquica
para ser exactos, constituye para Stepháne Lupasco un sistema regido por dos
principios contradictorios, la heterogeneidad y la homogeneidad, articulados
por el principio de antagonismo. Si en un sistema impera rotundamente la
homogeneidad, desaparecen dicho sistema y sus elementos constitutivos. Pero si
lo que domina es la heterogeneidad absoluta, se produce tal diversificación que
tampoco puede hablarse de sistema. Se requiere, por tanto, que los elementos de
un sistema dado sean contradictorios, esto es, heterogéneos y homogéneos a la
vez. Una lógica del antagonismo que el propio Lupasco define así: “Toda
energía, cualquiera que sea, y no importa de qué dominio, pasa de un cierto grado
de potencialización a un cierto grado de actualización, porque una energía no
susceptible de potencializarse se actualizaría definitivamente. El universo
mismo, en todos sus aspectos macrofísicos, microfísicos, biológicos, psíquicos,
dejaría de existir. Pero para que una energía pase del estado de
potencialización al de actualización, hace falta todavía que una energía
antagónica y contradictoria la mantenga en ese estado de potencialización por
su propia actualización y pueda, a su vez, potencializarse para permitir a
aquella su actualización. Esto es lo que he denominado principio de
antagonismo”, S. Lupasco, “Para una mutación necesaria de la lógica del
entendimiento”, Cuestión de fondo, I,
1984, pp. 14-15. Este hecho implica, por otra parte, que la actualización de un
elemento conlleva la potencialización de su antagonista y viceversa mientras
que lo contradictorio liga a ambos fenómenos y, sobre todo, queda ligado a la
contradicción misma. Véase D. Temple, Las
estructuras elementales de la reciprocidad, Plural Editores, Bolivia, 2003,
pp. 82-83.
[18] Agonal, de agón,
“relación dinámica, marcada por la acción y con frecuencia conflictiva, entre
los personajes de una obra teatral, y especialmente entre sus protagonistas. En
el teatro griego, el enfrentamiento agonal se producía entre dos coros, entre
dos actores o entre el coro y un actor”, M. Gómez García, Diccionario Akal de Teatro,
Akal, Madrid, 1997, p. 23.
[19] Utilizamos el término meronimia, perteneciente al ámbito
léxico-semántico, para indicar una relación de inclusión o de encadenamiento.
Así, por ejemplo: cuerpo.
Así pues, si atendemos a esta escueta definición, la secuencia platónica de los
gobiernos sería: aristocracia.
El recorrido inverso recibe el nombre de holonimia,
de tal modo que tiranía sería homónimo de democracia y sucesivamente.
[20] La aristocracia, es la única forma de gobierno “buena y recta”, según
Platón, basada en la educación, donde hombres y mujeres lo hacen todo en común.
Se distinguen dos tipos: “si entre los gobernantes surge uno que se destaca de
los demás, lo llamaremos monarquía,
mientras que, en caso de que sean varios, aristocracia”,
Platón, República, IV, 445d.
[21] La timocracia procede de la aristocracia a raíz de las fisuras que
surgen por la corrupción y la pérdida de armonía: “Dado que todo lo generado es
corruptible esta constitución no dudará mucho tiempo, sino que se disolverá,
porque no sólo en el caso de las plantas que viven en la tierra, sino también
en el de los seres vivos que se mueven sobre la tierra, hay fecundidad e
infecundidad de almas y cuerpos”, Ibíd.,
546a.
[22] La oligarquía o plutocracia
no es otra cosa que el gobierno “basado en la tasación de la fortuna, en el
cual mandan los ricos y los pobres no participan en el gobierno” porque la
corrupción es mayor que en el estadio anterior y “por ende, cuando más se
veneran en un Estado las riquezas y los hombres ricos, en menos se tiene la
excelencia y los hombres buenos”, Ibíd.,
550d-551a. Esto implica una profunda división de la sociedad en un Estado de
los ricos y un Estado de los pobres que conviven y coinciden enfrentados.
[23] Nacida de la oligarquía, la democracia es el resultado de la revolución y de la búsqueda de libertad,
considerada el valor más bello, y “surge cuando los pobres, tras lograr la
victoria, matan a unos, destierran a otros, y hacen partícipes a los demás del
gobierno y las magistraturas”, Ibíd.,
557a.
[24] La tiranía nace de una degradación de ese bello valor que era la
libertad y que ha terminado derivando en el caos y la anarquía. Paradójicamente, nos dice Platón, “es razonable que la
tiranía no se establezca a partir de otro régimen político que de la
democracia, y que sea a partir de la libertad extrema que surja la mayor y más
salvaje esclavitud”, Ibíd., 564a.
[25] Plasma es el cuarto estado de la
materia, un estado dinámico que, pese a estar regido por unas leyes físicas
relativamente sencillas, implica un comportamiento complejo al darse en
situaciones muy concretas y, por lo general, muy breves. Un bello ejemplo de
plasma sería la aurora boreal.Vid. T. de los Arcos e I. Tanarro, Plasma: el cuarto estado de la materia,
CSIC/Los Libros de la Catarata, Madrid, 2011. Una explicación sucinta para
plasma: “Cuando un gas se calienta a temperaturas cercanas a los 10000 grados,
la energía cinética de las moléculas aumenta lo suficiente para que, al vibrar
y al chocar, las moléculas se rompan en átomos. A temperaturas más altas, los
electrones se ionizan de los átomos y la sustancia se convierte en una mezcla
de electrones e iones positivos: un plasma altamente ionizado. Así pues, se
llama plasma a este tipo de mezcla de átomos y fragmentos de átomos”, A.
Garritz y J. A. Chamizo, Química,
Addison Wesley Longman de México, 1998, p. 229.
[26] “Se comenzó a advertir de que se
trataba de un nuevo estado cuando se fabricó un anillo de plomo y se lo
sumergió en un baño de helio líquido a temperaturas de alrededor de los 5K
(cinco grados de Kelvin). Se colocó además un dispositivo con una aguja
imantada por encima del anillo y se hizo pasar un pulso de corriente por éste,
ya que a esa temperatura es superconductor. La aguja se movió, lo que mostraba
la existencia de un campo magnético producido por la corriente eléctrica
aplicada en el anillo. La sorpresa fue que cuando se interrumpió la
alimentación eléctrica, la aguja permaneció inmóvil sin volver a su posición
original, lo que demostraba que la corriente persistía en el anillo: la
resistencia, y por lo tanto, la pérdida de energía eran bajísimas. El fenómeno de
la superconductividad puede ser explicado aceptando este quinto estado de la
materia conocido como condensado Bose-Einstein o cubo de hielo cuántico”, S.
Martínez Riachi y M. A. Freites, Física y Química aplicadas a la Informática,
Thomson Learning, Buenos Aires, 2006, p. 189.
[27] Curiosamente, la única elegía
explícita –las otras son intersticiales- aparece en Lady Pichica y, sin embargo, es la única subversión del llanto de
toda la Pentarquía: “Nada de llantos.
Nada de pena. Nada de cocodrilos enlatados. Terminemos ya con la falsa idea de
que nos hemos vendido al capital. Seremos materia, pero materia chunga” (cuadro
III); “No quiero ver sus caras de pánfilos ni sus llantos de antimusa” (cuadro
IV). Subversión del planto que tanto nos recuerda, aunque en un formato
radicalmente diferente, a las palabras finales de la autoritaria Bernarda: “¡A
callar he dicho! (A otra hija) Las lágrimas cuando estés sola. ¡Nos hundiremos
todas en un mar de luto! Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto
virgen. ¿Me habéis oído? ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!”, F. García
Lorca, Bodas de sangre. La casa de
Bernarda Alba, Edaf, Madrid, 1998.
[28] G. Bachelard, El agua y los sueños, FCE, México, 2005,
p. 88.
[29] Sólo así se comprenden las
palabras de Liso Derniere en Renacimiento:
“No quiero hacerte descender al infierno del miedo. Allí estarán mis cuadros
que representan mi yo más inconsciente. Pero mi yo terreno, el consciente, el
de la superficie, no quiere rebajar su melodía de eternidad” (cuadro VII) o las
de Lady Pichica: “Esa es, verdaderamente, la vida de la fama” (Lady Pichica, cuadro II). Unas palabras
subterráneas o subacuáticas que se bifurcan a su vez hacia la cuestión manriqueña
de la vida de la fama, como acabamos
de leer, y hacia el non omnis moriar (“no
moriré del todo”) horaciano: “Pero, ¿quién permanece: quien se queda en el
mundo o quien se queda en la memoria?” (Mariana
Pineda, cuadro III); y, por supuesto, hacia el collige, virgo, rosas de Ausonio: “Entregadme vuestros cuerpos
desnudos y los haré inmortales en un lienzo. Con el tiempo se os caerán los
pechos y vuestros muslos se volverán esponjas. Pero este pincel puede dejar la
huella de lo que sois ahora: bellezas irreconciliables con la vulgaridad de los
hombres” (Renacimiento, cuadro XIV).
Algo completamente lógico al encontrarnos, reitero, ante el testamento cuántico
de Morón.
[30] J. E. Cirlot, Confidencias literarias, Huerga y Fierro
Editores, Murcia, 1996, p. 64. Téngase en cuenta que, para Cirlot, a partir del
film El señor de la guerra (1966), de
Franklin Schaffner, Ofelia será siempre Bronwyn, siempre lo fue y siempre está
siéndolo, esto es, eslabón del salto cuántico temporal, imagen plasmática de
tiempos superpuestos y mundos paralelos unísonos: “Y el convento que elige
Ofelia es un convento de aguas claras y turbias, de plantas acuáticas y de
ribera. Cuando en El señor de la guerra
la protagonista –la blanca y oro Bronwyn- “con una corona de flores” sale del
agua turbia del pantano y, desnuda, se enfrenta con el señor (reviviscencia del
príncipe) sentí que se desdoblaba algo en el argumento, que la acción tenía un
contrapunto invertido que iba hacia atrás hacia el siglo V, época de Hamlet, un
Hamlet cuyo verdadero cráneo estaría como el del pobre Yorick, y hacia delante
–desde el siglo XI en que acontece la historia de Bronwyn- hasta la frontera
entre el siglo XVI y el XVII en que Shakespeare (poco más tarde de la muerte de
su padre, como subraya Freud) escribió Hamlet.
Al ver a Ofelia entre dos aguas, muerta,
en el film ruso recordé de pronto el resurgir de Bronwyn de “esas mismas
aguas y con las mismas flores”, Ibíd.,
pp. 93-94.
[31] “Si el Estado lamenta la
existencia de la gente con cáncer es solo por la muerte que conlleva. Si no, no
lo lamentaría. Un Estado debe proteger a sus ciudadanos el mayor tiempo posible
del sueño de Caronte”, sentencia el Coro de Silencios en Dámada, cuadro II. De hecho, Dámada, en el cuadro IV, dirá: “Ya no
conozco la diferencia entre la vida y el sueño”, a lo que La Garrapata
responde: “La realidad y el sueño es lo mismo.”
[32] “Una Ofelia nunca ahogada”, como
diría Mallarmé. Por cierto, el simbolista también deambula por Estado antimateria, con toda la dinámica
del secreto y del silencio –aunque zurcido con otras fuentes, como veremos-,
del terror blanco y el azar, pero concretamente, se le alude en Renacimiento: “Si un golpe de dados
nunca podría abolir las reglas del azar, ¿por qué el azar se deja seducir por
el secreto contoneo de una lengua sucia?” La respuesta, claro, está en el
propio Mallarmé, porque “es siempre el azar quien realiza la Idea, afirmándose
o negándose. La afirmación y la negación sucumben ante su existencia. Contiene
lo Absurdo –lo implica, pero en estado latente, y no lo deja existir, por lo
que permite ser al Infinito”, S. Mallarmé, Poesía
francesa, El Caballito, México, 1995,
pp. 71-72. De ahí que “El odio de una mujer pueda ser instantáneo e infinito a
un mismo tiempo” (Mariana Pineda,
cuadro I), por ejemplo.
[33]
G. Bachelard, op.cit., p. 121.
[34] Creemos que la imagen de las aguas y/o lágrimas corrobora en parte lo afirmado por Planck: “En realidad,
la materia no existe, todo es energía.”
[35] Hubo –y aún hay- quienes
consideran el fuego como un ejemplo de cuarto estado o estado plasmático
[36] Intersticialmente, en Lady Pichica, cuadro V:
PAPÁ CALIPSO.- Hemos traído una bebida que te hará
morir de risa.
ATILA PAPAI.- ¿Qué es?
PAPÁ CALIPSO.- Vino primera pura.”
[37] Dámada es, sin duda, la obra de la Pentarquía con mayor lirismo lorquiano, desde el “¡Ay corazón que
te vas con el agua!” (cuadro I) hasta el “Ay qué terribles cinco de la tarde”
(cuadro X).
[38] H. Bloom, Shakespeare. La invención de lo humano, Editorial Norma, Bogotá,
2001, p. 97.
[39] “Pandión concedió a Tereo la
mano de su hija Procne en prueba de gratitud. La espantosa historia posterior
de Tereo, Procne y Filomela fue muy famosa en la Antigüedad, y fue dramatizada
particularmente por Sófocles en su tragedia Tereo, por desgracia perdida en la
actualidad, salvo unos pocos fragmentos. Pero poseemos el relato conmovedor de
Ovidio en sus Metamorfosis (VI,
424-674), que probablemente deba mucho a la versión griega anterior. Tereo y
Procne, dice el poeta latino (428-434), se casaron, pero no asistió a aquel
tálamo Juno la protectora del matrimonio, no el Himeneo, no la Gracia: las
Euménides sostuvieron las antorchas, cogidas de un entierro; las Euménides
prepararon el lecho, en la casa se alojó un búho siniestro y vino a posarse en
el techo de la alcoba nupcial. Con este pájaro como presagio se unieron Procne
y Tereo, y con el mismo llegaron a ser padres. Padres concretamente de un hijo
llamado Itis […] Pasó un año entero durante el cual Filomela bordó una tela, un
dibujo escarlata sobre fondo blanco, en el que contaba en imágenes la historia
de lo sucedido, haciéndoselo llegar a su hermana por medio de una criada.
Procne interpretó el terrible mensaje y al punto corrió a liberar a Filomela,
llevándosela clandestinamente al palacio. Entonces empezó a idear el modo de
vengarse. Apuñaló a su pequeño hijo, Itis, y, tras cortarle la cabeza, las dos
hermanas lo despedazaron y cocieron sus miembros, sirviéndoselos como manjar a
Tereo. Una vez que éste los hubo devorado, sin la menor sospecha, preguntó
dónde estaba el niño. Procne le presentó la cabeza ensangrentada de la criatura
y, al darse cuenta de lo ocurrido, Tereo se levantó de un brinco y bramando de
ira se dispuso a matar a las asesinas de su hijo. Pero los dioses intervinieron
y transformaron a los tres en pájaros”, J. March, op.cit., p. 418.