ANTONIO HERNÁNDEZ

Presentación: mayo de 2007, Melilla.

XIII Premio Internacional de Poesía y Narrativa Miguel Fernández.



Quisiera darles hoy la bienvenida con motivo del XIII Premio Miguel Fernández recordando unos envidiados versos del envidiado (por mí) poeta John Donne: “El misterio de amor se escribe en el alma, / pero el cuerpo es el libro en que se lee” (“The ecstasy”, en Blanca & Maurice Molho, Poetas ingleses metafísicos del XVII, Barcelona, El Acantilado, 200). La cita no es arbitraria si atendemos al cuerpo de la escritura como lugar donde construir el yo y sus misterios. De ahí que hoy se encuentre con nosotros Antonio Hernández.
Antonio Hernández nació en Arcos de la Frontera, Cádiz, en 1943, aunque reside en Madrid desde hace años. Estudió Ciencias de la Comunicación y junto a su actividad literaria, ha destacado por su colaboración en varias publicaciones como Pueblo, Informaciones, ABC o El Mundo; ha estado al frente de diversas revistas como La Jaula, Al Día, o Carta de España y ha presidido la Asociación Andaluza de Críticos Literarios. Como ensayista le pertenece Una promoción desheredada: la poética del 50, Bilbao, Zero-Zyx, 1978 y, en consecuencia, un síntoma que podríamos interpretar como el de la problemática de la metodología generacional, es decir, la urgencia de ser, de existir o, al menos, de habitar en la “vorágine poética”, aunque sea a través de una escritura diferente. En este sentido es necesario recordar las jornadas celebradas en Melilla en octubre de 1988 en el salón del Centro Cultural Federico García Lorca, “Poetas del 60 (Experiencia y Lenguaje)”, presentados por Mª del Pilar Palomo; jornadas en las que Antonio Hernández compartió nómina con Miguel para, precisamente, vindicar su existencia tanto por sus semejanzas como por sus divergencias.
Esta existencia, la de su producción poética, podemos articularla en tres claves o núcleos: la primera clave sería la memoria o el testimonio, el recuerdo; en segundo lugar, el Sur, Andalucía, sobre todo, Arcos de la Frontera, como lugar mítico o mágico, y una última clave significativa que se reduce a una palabra más significativa y enigmática si cabe: el yo, esa palabra maldita, un yo que se desnuda e impregna todo el discurso.
Estas tres claves se encuentran en El mar es una tarde con campanas, su primer libro, Premio Adonais de 1964, libro fundacional caracterizado por la mitificación del entorno natal, la comunicación con la naturaleza y el rigor o la exigencia formal.
Una actitud de ruptura e incomprensión, nos atrevemos a decir de rebeldía, le define en Oveja negra, Biblioteca Nueva, 1969, con poemas escritos entre 1965 y 1968, donde el verso agónico, a veces violento, explora en el conflicto de estar lejos del Sur.
Se entiende, pues, que sea el Sur el mapa en el que el yo fluctúa entre la demanda y el intimismo, Donde da la luz, Ayuntamiento de Talavera, 1978, Premio Rafael Morales, para finalmente reencontrarse y reconocerse en los otros.
En Metaory, Madrid, Helios, 1979, cuyo título rinde homenaje a Carlos Edmundo de Ory, el poeta evoca su infancia, la familia, la iniciación erótica, aunque también reivindica la libertad del proceso creador.
Hemos dicho que el yo es una palabra maldita, contradictoria, y el poeta no tiene más remedio que quebrarla en Compás errante, Madrid, Orígenes, 1986, aunque escrito entre 1969 y 1984. El yo de Hernández queda exiliado, desplazado, para ocuparse del dolor y el éxodo del pueblo gitano y construir así un verso épico, casi litúrgico.
El yo sufre un nuevo giro en Homo loquens, Madrid, Endymión, 1981 porque invita al tú, concretamente, al vosotros. El poeta recoge y medita las contradicciones de lo aprendido, y a través de los cinco sentidos regresa al ámbito de lo doméstico, de la infancia, de lo familiar.
La construcción de la infancia como jardín o paraíso en contraposición a las sombras de la muerte es también elemento nuclear en Diezmo de madrugada, Premio Leonor de la diputación de Soria en 1981, salvo que aquí se desdobla en la infancia del hijo. En la misma línea, con su esposa como confidente, escribe Con tres heridas yo, Madrid, Endymión, 1983.
José Lupiáñez (“La poesía de Antonio Hernández: testimonio y memoria”, conferencia en II Jornada sobre Crítica literaria y Poesía, Área de Cultura del ayuntamiento de Málaga, 18 de diciembre de 1997) ha definido su siguiente libro, Indumentaria, Madrid, El Observatorio, 1986, como “un collar de pequeños poemas, un rosario poético”. En efecto, el libro se “esencializa” al máximo en refrán, en sentencia, incluso en greguería poética.
Al tono elegíaco y al verso largo regresa con Campo lunario, Madrid, Torremanrique, 1988, donde una Andalucía mítica y una atmósfera nocturna le permiten reflexionar sobre la fugacidad y la existencia mediante un yo crítico consigo mismo.
España-Andalucía-Arcos es el itinerario que recorre Antonio Hernández en Lente de agua, Madrid, Visor, 1990, para cantar a las tres culturas (árabe, cristiana y hebrea) e instalarse en la larga de tradición de autores que trataron el tema español: Cervantes, Quevedo, Unamuno, Machado, Cernuda, entre otros.
Sagrada forma, Madrid, Visor, 1994, clara alusión desde el título a la Sagrada materia (1966) de Miguel Fernández, implica un viaje en tren en dos niveles, el viaje real (presente) y el viaje interior (pasado y presente), mientras es acompañado física y alegóricamente por la amada dormida en el viaje/camino de la vida que avanza.
Y tras este recorrido, el poeta se encierra en el ámbito privado de su Habitación en Arcos, Madrid, Libertarias, 1997, donde resurgen su fidelidad y devoción por su tierra natal. De hecho, el yo poético se dirige a un tú, Arcos, para recordar la infancia vivida, las calles y plazas, los ritos y las costumbres, los familiares y los amigos. Una vez más regresa al jardín o paraíso de la niñez.
El Sur es también elemento nuclear de gran parte de su producción narrativa. Narrador brillante y dinámico, Antonio Hernández se considera un “novelista clásico”. Se inició en esta otra vorágine, la narrativa, con títulos como Goleada, Madrid, Mondadori, 1988; Nana para dormir francesas, Madrid, Mondadori, 1988; le siguieron Volverá a reír la primavera, Madrid, Mondadori, 1989; La leyenda de Géminis, Madrid, Espasa-Calpe, 1994 y Sangrefría, Madrid, Alianza, 2002, Premio Andalucía. Con Raigosa ha muerto, ¡viva el Rey!, Madrid, Centro de Estudios Ramón Areces, 2004, obtuvo el Premio Valencia de Literatura Alfonso el Magnánimo, novela centrada en el poeta Carlos Raigosa, alter-ego del poeta gallego Carlos Oroza, de tal modo que son nítidos referentes como Valle-Inclán o Cansinos-Aséns. En Vestida de novia, Barcelona, Planeta, 2004, finalista del Premio Fernando Lara 2003, nos cuenta las desventuras de la bailaora La Capitana y encontramos las características de su prosa: dinamismo, humor, agilidad, abundancia de figuras carismáticas.
Decíamos que el yo es una palabra maldita porque se encuentra precisamente en la lucha entre el decir y lo indecible del poema-signo, entre la verdad y la ficción; y, sin embargo, es precisamente la escritura –en este caso, la escritura de Miguel Fernández- el viaje que realiza el yo hacia los interrogantes del hombre, hacia lo mágico o misterioso, hacia el ritual de la palabra que hoy venimos a celebrar junto a Antonio Hernández.