LAS TERTULIAS Y LOS BELLOS CUERPOS (II)


Adonis era fruto de un amor incestuoso entre la joven Mirra y su padre Cínicas, rey de Pafos o de Biblos, según las versiones del mito. Habiéndose ofendido con la joven, Afrodita había provocado en ella esta pasión terrible por su propio padre, al que engaña para poder yacer junto a él. Descubierto el engaño, Mirra huye y, finalmente, cansada de vagar por el mundo, es metamorfoseada en el árbol de la mirra. De su arbóreo vientre nace el bello Adonis, quien será criado por las ninfas. Prendada por el hermoso bebé, Afrodita lo escondió en un cofre y lo dejó al cuidado de Perséfone. Ésta descubre el hermoso contenido y decide quedarse con él, por lo que las diosas apelan a Zeus. El olímpico determinó de forma salomónica que Adonis pasara una parte del año con la diosa del inframundo y la otra parte en la tierra, con Afrodita. Transcurren los años y el niño se convierte en un apuesto joven que no tarda en alcanzar el estatus de amante protegido de la diosa. Durante un tiempo, todo entre ellos es gozo, sensualidad, naturaleza dichosa, pero un día, desoyendo los consejos de Afrodita, Adonis sale a cazar con tan mala fortuna que es atacado por un jabalí salvaje. Afrodita encuentra el cuerpo agonizante y desangrado de su amante, lo abraza, lo besa, lo llora. De la sangre del joven brotan anémonas, flores de vida efímera. En honor de Adonis, se empiezan a celebrar rituales de carácter anual, en primavera o en verano, dependiendo de la región. Se trata de las Adonias, festividades protagonizadas por mujeres plañideras que celebraban su muerte y resurrección floral. Los llamados “jardines de Adonis” consistían en el cuidado de plantas de rápida floración y ligera muerte. Para algunos, el significado esencial de este mito reside en el drama zoé-bios: “el hijo-amante debe aceptar la muerte, porque es la imagen del ser encarnado que, como la semilla, regresa a la fuente que lo originó.”, en opinión de Anne Baring y Jules Cashford.
Sin embargo, creemos que en la estructura de este mito subyace un significado más complejo y que define uno de los múltiples aspectos de Afrodita: recordemos que hubo quienes la asociaron a las Moiras, al Hado funesto, lo que le proporcionó la etiqueta de diosa oscura, que no telúrica. La muerte de Adonis constituye una nueva enseñanza: la transitoriedad del amor, la aceptación terrible de que el amor, el deseo y la pasión son efímeros. En definitiva, Afrodita como diosa-que-sufre, como diosa de luto, revela la enseñanza más dura: de ella se aprende a aceptar la finitud, lo inevitable, pero también a aferrarnos al presente aceptando los cambios. La muerte de Adonis no acepta más lectura que la condición finita y temporal del amor.
Ésta es, sin duda, su enseñanza más valiosa y la más difícil de aceptar.
Pero, en otro orden de cosas, ¿hasta qué punto la imagen de una divinidad femenina podía subvertir la armónica, aunque polivalente, sexualidad griega? La culpa de todo, ya saben, la tendrá el arte.
Contemplar a una diosa desnuda es peligroso.
A partir del siglo V a.C., los artistas se deciden a explorar y explotar la sensualidad del cuerpo femenino y este cuerpo será el de Afrodita. La Afrodita de Cnido, esculpida por Praxíteles, es una imagen pública, religiosa, destinada a la colectividad. Está desnuda porque acaba de salir del baño o se está preparando para él; se tapa levemente su sexo porque ha sido sorprendida por el espectador, al que mira y sonríe. Pero contemplar a una diosa desnuda siempre es peligroso y provoca funestas consecuencias para los mortales.
Plinio el Viejo, en su Historia Natural, nos relata varios episodios de agalmatofilia (amor a las estatuas) hacia la Afrodita de Praxíteles: un joven se enamoró tan perdidamente de la diosa de mármol que aún podían verse las huellas que dejaron sus manos sobre las nalgas. Tras el encuentro amoroso, el muchacho, posiblemente turbado por lo que acababa de hacer, se quitó la vida arrojándose al mar. Otros la abrazaban, la besaban o lloraban a sus pies, conmovidos y conmocionados por su belleza. Asimismo, el Pseudo-Luciano, en sus Amores, nos informa de las maculae libidinis halladas en la diosa marmórea de Cnido:


“[…] la diaconisa que estaba a nuestro lado, nos contó una historia extraña e
increíble. Nos dijo que un joven procedente de una familia bastante distinguida,
que visitaba con frecuencia el templo, se enamoró de la diosa por funesto azar
[…] Veneraba a Praxíteles tanto como a Zeus y todo lo que tenía guardado de
valor en su casa se lo entregaba como ofrenda a la diosa. Al final, las
tensiones violentas de su pasión se convirtieron en desesperación y descubrió la
audacia como alcahueta de su lujuria. En efecto, un día, cuando ya se había
puesto el sol, se deslizó en silencio sin que lo vieran los presentes detrás de
la puerta y se ocultó en el interior del templo… Esas huellas de los abrazos
amorosos se advirtieron cuando llegó el día, y la diosa tiene esa mancha como
comprobación de lo que sufrió.”

La agalmatofilia, también llamada pigmalionismo, petrifilia o estatuofilia, supone un amor o una atracción hacia las estatuas y/o las imágenes sensuales, una provocación del deseo a través de la mirada de tal manera que el cuerpo esculpido o retratado produce una ilusión (phantasia) de realidad como si de un cuerpo real se tratara. Para Platón, las imágenes (re)creadas mediante la práctica artística suponen un simulacro engañoso, fantástico, imágenes defectuosas doblemente porque conducen a una reproducción irreal del verdadero ser, una copia imperfecta y sumamente lejana de la verdad esencial que se pretende captar.
Contemplar a una diosa desnuda, pues, es peligroso, ya que su belleza inaccesible engendra una serie de inquietantes y turbadoras sensaciones. La mitología clásica nos ha provisto de abundantes episodios al respecto, aunque la referencia más latente en cuanto a materia escultórica es el mito de Pigmalión. La leyenda de Pigmalión aparece por primera vez en la obra de Filostéfano de Cirene Sobre los sucesos maravillosos acaecidos en Chipre, en la que el protagonista no es un escultor sino un rey ciegamente enamorado de una estatua de Venus que ni siquiera cobró vida. Sin embargo, la versión que ha disfrutado de mayor fecundidad durante siglos ha sido la de Ovidio en sus Metamorfosis, en la que Pigmalión es ya un humilde escultor que decide quedarse soltero, ofendido por las Propétides, unas prostitutas que habían negado la esencia divina de Afrodita. Pigmalión, probablemente para sobrellevar la soledad, decidió esculpir un simulacro femenino en marfil, pero no imaginó que el resultado de su obra pudiera derivar en una imagen de una belleza tan excepcional e hipnótica, y terminó enamorándose de ella. Durante las fiestas de Afrodita, tras largas súplicas y generosas ofrendas del escultor, la diosa hizo realidad su deseo. Y la estatua cobra vida… Pero estas cuestiones ya escapan de los propósitos de nuestro particular cenáculo.
Permítanme, pues, que dé fin a este burdo discurso. Las tertulias han de ceder a otros menesteres. Quién sabe: quizás, otro día, entablemos de nuevo esta conversación.

Publicado en El Telegrama de Melilla el 2 de mayo de 2010.