VOCES, NOMBRES, CUERPOS



El pasado 28 de junio se conmemoró el Día Internacional del Orgullo LGTB, que, en verdad, apela sensata y justamente más a la dignidad que a la altivez, a la autoestima que a la arrogancia, a pesar de las connotaciones que se adhieren a través de la traducción de una lengua a otra (el vocablo “pride”) y de la torpeza que aún ostentan algunos a la hora de estimar dicha efeméride. Enjuiciar resulta ser un ejercicio sencillo en cuanto se posee de una boca, pero, en ocasiones, se requiere también evaluar, analizar, discernir, dictaminar con los cuerpos, con los nombres y no sólo con las voces. Me consterna comprobar que aún hay quienes vacilan ante las motivaciones del colectivo LGTB (aún falta la Q, de queer), si bien las reacciones oscilan entre la turbación y la mofa. Para estos burgueses bienpensantes, discípulos del más hirsuto Descartes, ya no habría nada que reivindicar y mucho menos que transgredir. No consigo evitar preguntarme qué ocurriría si mis queridos y ancestrales griegos pudieran observarnos ad hoc a través de una mirilla del tiempo: ¿acaso ellos mostraron alguna duda acerca de sus subversivas festividades dionisíacas? ¡Ah!, y no nos olvidemos de Mijail Bajtín. De acuerdo que quizás el carnaval bajtiniano roce la utopía crítica, pero la evidencia es que ahí tenemos, verbigracia, desde Rabelais hasta Aretino. Como vino a demostrar el soviético trabajo bajtiniano, el carnaval, al igual que otras fiestas de carácter pagano-popular, era radicalmente polifónico, ya que reunía voces y disfrazados cuerpos heterogéneos, plurales y divergentes, y, sin embargo, en “armonía” porque congregaba lo que entonces se consideraba marginal, periférico, subterráneo, constituyéndose así la “cultura popular” opuesta a la central, la “oficial o de élite”. En definitiva: la “otra” cultura es ex -céntrica. Pero es.
No en vano, aquello que se manifiesta, que molesta, que incordia, que fatiga, que aturde, existe. Incommodo, ergo sum. No obstante, para algunos esta máxima queda obsoleta. Hoy se prefiere la prudencia, la cautela, la moderación; se favorece el silencio confundiéndolo con la templanza; se anteponen la abstención y el comedimiento privando así a muchos de compartir libre y abiertamente sus criterios y apreciaciones. Reservémonos con ademanes circunspectos no sea que alguien se ofenda al cerciorarse de que el pensamiento único ya no es tan homogéneo. No escasearán aquellos que tilden esta discreta actitud de hipocresía, pero, francamente, si me lo permiten los lectores, yo lo considero de una pamplinería mayúscula digna de mojiganga. Resulta extraña esta amalgama de posturas dispares. Tan pronto se explayan las bocas como son tapiadas. Esto me recuerda The logical song, de Supertramp: “Ahora, cuida lo que dices o te llamarán radical, liberal, fanático, criminal…” Nuestras palabras pueden ser a su vez carnavalescas y, por tanto, disgustan. Pero insisto: no sólo se debe actuar con las voces, sino también con los nombres y con los cuerpos. Sólo así se comprenden las prácticas performativas de Judith Butler, Monique Wittig o Beatriz Preciado. Nuestra identidad se define por una compleja red incorporada de palabras, contextos, vínculos. Y cuando de lo que tratamos es la identidad de género, la cuestión ya no puede reducirse al constreñido paradigma dualista occidental.
Hace ya algo más de un mes tuvo lugar la celebración de la II Semana de Diversidad afectivo-sexual en Educación, con mayor arsenal de dificultades solapadas que de compromisos sinceros. Esto ya no me consterna. Me angustia e incluso me hastía. No logro encontrar una justificación ínfimamente razonable para que un educador muestre reticencia, se oponga o desapruebe la enseñanza del entendimiento, la transigencia, la cortesía y la bondad. El magnífico trabajo de la antropóloga Anne Bolin, “Cinco formas de variación de género”, recogido en el manual del profesor J. A. Nieto, Antropología de la sexualidad y diversidad sexual, Talasa, Madrid, 2003, fue el núcleo articulador para aproximarnos en el ámbito educativo hacia nuevas nociones como transversalidad de género, tercer género y transgénero. Géneros hermafroditas, tradiciones dos-espíritus, roles de género cruzado, matrimonio entre muchachos y matrimonio entre mujeres constituyen las cinco formas de variación de identidad de género registradas y examinadas por la comunidad antropológica mediante sus diversos trabajos etnográficos. La descomunal e incalculable labor de estos investigadores nos ha permitido el reconocimiento y la comprensión de los nadle navajos, los hijras de la India, el kwolu-aatmwol entre los sambia, los xanith omaníes, el mahu de Polinesia, las vehine mako y las manly hearts, así como instituciones matrimoniales respetadas en África entre personas del mismo género, de carácter temporal o no. La diversidad cultural ha dejado al descubierto la diversidad sexual y de género. Existe. Es un hecho. Y un hecho de cultura. Poco importa que se trate de la cultura central o de la periférica. Porque hace ya también mucho, muchísimo tiempo que en la definición, descripción e interpretación del término “cultura” se apercibe la conveniencia de hablar de “culturas” o de “contextos culturales”. El significado último que se pretendía transmitir a la comunidad educativa en esta II Semana de Diversidad afectivo-sexual en Educación se infiere nítida y diáfana: la diversidad existe y, además, nos enriquece. Y si hay que celebrarla, se celebra. Felicidades.




Publicado en El Telegrama de Melilla el 4 de julio de 2010.