SILENCIO, SE REPTA

Este artículo fue publicado en El Telegrama de Melilla el día 24 de octubre de 2010.
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Mientras aún hay quienes sospechan de nuestra inexorable condición de INEXPRESIVIDAD, otros infieren la evidencia de la PENURIA lingüística en que vivimos. Ambos no carecen, en parte, de lógica, que no de razón. El patente AGOTAMIENTO verbal que sufrimos no es sino producto de la avalancha discursiva que caracteriza nuestro(s) tiempo(s). El EXCESO, ya se sabe, conduce inevitablemente a la fatiga crónica y, al final, como es en este caso, al MUTISMO o a la SORDERA.
No me malinterpreten. Abogo por la pluralidad, no tanto como un valor sino como todo un tótem, en clara oposición a la homogeneización reductora. La pluralidad (como la diversidad) revela el aspecto laberíntico de nuestro mundo y de nuestra existencia. Además, alcanzar DIMENSIONALIDAD supone un arduo pero bello ejercicio de descenso a nuestras profundidades, a nuestro yo más oculto y olvidado, si bien lo más adecuado sería descender catárticamente a nuestros yoes. Pero la yuxtaposición descontrolada de discursos melifluos, de tullidas fórmulas, de prédicas estériles, de arbitrarios alegatos, de amonestaciones más que pueriles, de vacuos proclamas, de crónicas espectrales o de anodinas peroratas, todos ellos se alejan mucho del tener-algo-que-decir y, en cambio, se acercan perniciosamente al tener-siempre-que-imponer. Paradójicamente, la SATURACIÓN o barahúnda de informaciones termina emparejándose con la DEPAUPERACIÓN de las mismas o de los sujetos que las producen. Sobreviene, entonces, el imperio de la ANOMIA pura y dura. Y al OLVIDO. Lo que comporta, a posteriori, la incapacidad para expresar e interpretar nuestras experiencias fundamentales.
Porque parlotear no ha significado nunca rica polisemia. Como tampoco polisemia implica transmutación de la experiencia en la palabra.
Estamos viviendo en la(s) cultura(s) de la DEMASÍA reinante. Estamos sufriendo una SOBRECARGA innecesaria en nuestra cotidiana subsistencia. Y es en esta planicie donde se acumulan fisuras, grietas, hendiduras y resquicios por los que se filtra el más abyecto de los REPTILES. Estos especímenes aguardan ahí, agazapados, acechantes, a pesar de ser conocedores no de que no seamos capaces de soportar sus irritaciones o provocaciones constantes, sino de que no tenemos porqué tolerarlas. Habitualmente, el ofidio cargante, denominémoslo así, se deleita en la seducción maliciosa (se advierte que seducir procede de seducere, “apartar”), aunque, por fortuna, no se caracterizan precisamente por la astucia o la sagacidad. Son más bien torpes, quizás por sus zigzagueantes movimientos, imagino yo. Suelen portar la máscara del “príncipe encantador”, esto es, un disfraz con el que procuran lograr tener a la gente de su parte pero que pronto se desvanece por la hostilidad que rápidamente generan las escamas que intentan esconder. Hacen daño. Y son conscientes de ello. No titubean en provocar la ignominia para los demás utilizando especialmente la palabra (aunque desconozcan el significado de un término como OPROBIO). Como carecen de talento, requieren de un grupo de otros cargantes (ofidios o no) para sentirse amparados. Son sabedores del perjuicio GRATUITO que fabrican con sus mezquinas manos y sus bífidas lenguas, multiplicando sus perogrulladas allende las fronteras de su paupérrimo ser. Consuela apreciar que no son más que individuos tan fragmentados como las grietas en las que se acurrucan miserablemente. Perdidos en su muda indigencia y en su sorda ruindad.
Sobra aclarar que estas pesquisas se deben a las deplorables y detestables declaraciones del alcalde de Valladolid contra Leire Pajín. Porque, si bien la práctica política –que no la política en sí- despierta en mi persona escasos (o nulos) atractivos, este último acontecimiento me confirma lo que vengo observando desde hace tiempo: la supervivencia prehistórica de estos ofidios cargantes en cualquier ámbito, en nuestros centros de trabajo, en nuestra comunidad de vecinos, en foros más o menos institucionales, en la cola del supermercado. Los intersticios, ya se sabe.
Así que estén alerta cuando reparen en la comparecencia inesperada del ofidio cargante. Silencio, se repta.