ANIVERSARIO (REESCRIBIENDO MITOS)

Este artículo fue publicado en El Telegrama de Melilla el 7 de noviembre de 2010.



Hades es el libro que aún no te he escrito. Un libro no-nato. Un no-libro. Como el mismo Hades referencial, ese mundo griego de los muertos, no es tanto el inframundo geográfico o la personificación que lo rige; ante todo es un A-IDES, es decir, lo que no se muestra o no se percibe. Lo ausente. El acceso a Hades no es en absoluto sencillo. Siempre se trata de un descenso, de una caída, de una depresión. Porque al reino de Hades no se llega, se cae. Por más que se reitere la danza ritual, nunca se abrirán las puertas para ti, porque las cerraduras siempre se encuentran ocultas. Hades es un misterio y, en consecuencia, deviene fascinante. Pero que no les engañen las palabras: Hades no es un lugar, ni siquiera un ámbito; Hades es un estado. Hades es una hondonada producida cuando el firme suelo que nos sostiene se quiebra bajo nuestros pies. Entonces se escribe únicamente desde el complejo de inferioridad o, como prefiero llamar, desde el complejo de la superficie.
La experiencia en el Hades resulta, pues, inconmensurable. Supone una irrupción en una dimensión radicalmente otra. Así pues, el Hades no constituye un reino invertido, ni siquiera pervertido, sino única y exclusivamente subvertido. Sólo esta premisa explicaría la lógica del rapto poético o de la violación (mitológica). Un bello Perséfone tiene que ser raptado por una amorosa Hades, porque la experiencia de Hades es de tal magnitud que nunca sería posible de otro modo. Perséfone es la conciencia del arriba, de la superficie, de lo natural. Su encuentro con Hades lo transforma, pero la necesitada Hades a su vez lo solicita , lo requiere. Y si el amado Perséfone, en la superficie, es (como) un dios de la fertilidad o de la naturaleza (es decir, del arriba), su ingreso en la profundidad lo convierte en sabio conocedor de las oscuridades (del abajo). Hades, o más exactamente, la unidad Perséfone-Hades necesita ser revelada a través de la experiencia sexual. Como un misterio.
Podría decirse que la caída al Hades trata de un viaje alquímico, un viaje de deformación, porque implica una transustanciación brutal de la materia, de lo literal en lo puramente simbólico y psíquico. Una anagogía hacia abajo y una exégesis hacia dentro. Una experiencia de éxtasis que sólo pueden compartir aquéllos que son amantes. Y, de hecho, tú y yo compartimos con John Donne su concepción del cuerpo como hierofanía, como manifestación de lo sagrado, la vía por la que se puede acceder a la identidad profunda y mística de los amantes en comunión con el cosmos. Con una salvedad: esta ascensión, en Hades, es siempre hacia abajo. La unión es hundimiento. El amor es profundidad.
Sólo nos importa Hades, atravesado por el oculto Eros.
Porque, pese a lo que pudiera parecer, es éste también un no-libro atravesado por una erótica muy especial, pero también muy olvidada: la erótica de la honestidad, de la integridad, articulado por el símbolo de la piedra, la roca, la materia noble, por su solidez, su carácter eterno e imperturbable. Como decía Cirlot, su “solidaridad consigo misma”, por lo que inevitablemente la escritura oscila entre la multiplicidad (los tres jueces, los diversos elementos, las variaciones y transformaciones, esa riqueza del Hades plutónico) y la unicidad (la reunión esencial de lo múltiple en lo uno, la unión de los amantes, la hierogamia del beso, la coincidencia de los opuestos).
El experimentalismo sintáctico, la indagación semántica, la ruptura lineal del verso, no responde a un mero juego formal. Funciona más bien como una bisagra del libro que aún no te he escrito pero que sí he titulado. Se trata de una constante en estos textos y que, por vanidad, por generosidad o por obcecación, me veo obligada a revelar. Por un lado, la profundidad. Porque Hades aspira a ser profundo o, mejor aún, a estar en lo profundo, enterrado, como la tumba o como la semilla. Como la cripta secreta que apenas se divulga, sólo se interpreta. El verso cae, como se cae en el Hades. Y por otro, la alteridad, el esfuerzo de alternancia, el intento por recoger lo otro, porque en el Hades lo que se difumina es el YO. El yo literal desaparece, porque en el Hades se adquiere multidimensionalidad. La conciencia yoica se deja atravesar por las múltiples vidas y voces, en este caso, mitológicas, intertextuales, astrológicas. Los opuestos se intercambian, se reúnen en uno y el uno se diversifica. En el acto del uno, está el otro; cuando uno se muestra, el otro permanece escondido. Hades es Perséfone y Perséfone, Hades. Él y ella sólo son difusas o huecas barreras en la unión alquímica del beso. Como en el andrógino primordial.
En Hades hay muchas formas de vivir; en Hades se es multitud. Y en este sentido se ubica el relato del otro gran descenso, aunque bajo otro mito, el de Isis y su esposo y hermano Osiris. En este caso, acudimos a la experiencia del desmembramiento. Isis, la gran maga de Egipto, acaba de perder a su amado Osiris, el dios de la vegetación y de rica fertilidad del Nilo, encerrado primero en un cofre, luego descuartizado y esparcido por todo Egipto. Isis se dedicó a buscar sus pedazos y en cada lugar donde encontraba un miembro, erigía un templo, siendo el más importante el de Busilis. Según el mito, lo reanimó con sus artes mágicas, pero ya Osiris permanecería por siempre en la Duat, en el Más Allá, como su regente. Osiris había sufrido ya una experiencia de Hades. Pero éste es el mito y ustedes no lo tienen en su totalidad. Sólo están ante un corte, una grieta en el mito, porque estar en Hades implica un umbral, un tránsito y no un término. Isis sigue buscando porque Osiris ya no es sólo uno: su cuerpo dividido y dilatado es el vasto reino bañado por el Nilo, como también todas y cada una de las semillas enterradas en la vasta tierra egipcia. Uno y múltiple. Lo esencial es que Isis está sufriendo la experiencia de la pérdida. Pero se trata sólo de la pérdida material, de lo físico, porque a cambio, Isis recibe toda una cornucopia, el acogimiento en sí mismo. El nuevo cuerpo oculto, sembrado y secreto.
En definitiva, Hades, este libro que aún no te he escrito, podría resumirse así:
“El hombre al que amo lo amo porque es irreductible.”